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sábado, 1 de noviembre de 2008

Día de muertos de México para el resto del rumbo


Estos días de noviembre recordamos a los que sin palabras hablan a los que sin verlos sabemos que están a los que la muerte ha alcanzado, nuestros difuntos, días de reflexión extranjera desde como porque lo hacemos con alegría y no con solemnidad acostumbrada son partes de nuestro sincretismo social e ideológico que nos hace diferentes así como toda vía no encuentran porque la sopa de haba de la abuela es mejor que todos los restaurantes de comida rápida, porque el tamal gigante de mi huasteca es mejor que cualquier buffet gourmet, es porque nacimos y lo hicimos pobres, con dinero o con cualquier otra diferencia que nos hacen un caso único, particular e irrepetible para vivir este carnaval que se llama vida y que hay al final del camino de las piedritas, ¿nada? seria intrascendente vivir puesto que pasamos más tiempo muertos de lo que duramos vivos en comparación son solo y a lo mucho 80 o 90 años pero a muchos los encuentra antes mucho antes sin siquiera nacer ya se puede estar muerto aquí yo diría que la vida es tan corta para tomársela enserio al cabo se es mexicano y un atributo de serlo es recibir todo con buena cara “la bebida el juego y las mujeres te llevaran al infierno y los diablos se asombraran de verte llegar contento”, hoy el tema es la muerte pero que clase de muerte, muerte política “que me den por murto”, muerte espiritual”desde hoy dejo de creer en dios”,o muerte que duele la peor la del olvido esa que sufren nuestros viejos en los acilos o en los panteones, les presento la muerte:

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MÉXICO, DF., (Agencia Reforma) .- El Día de Muertos, una de las más populares tradiciones de México, constituye no sólo una convivencia organizada por los vivos para disfrutar con sus difuntos, sino también una fusión de elementos precolombinos y cristianos, que, a la vez, recuerdan al mexicano que su vida no le pertenece del todo. La idea de que el alma ha de regresar del lugar de los muertos surge del sincretismo religioso entre las creencias católicas y las precolombinas, una herencia de siglos de tradición e historia que los mexicanos se han encargado de preservar.

"La muerte no necesita ser presentada. Puntualmente, nos visitará un día, a nosotros y a cada uno de los organismos vivos", comenta Marcos Winocur, investigador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, en su artículo "La muerte que nos tocó vivir".



La muerte, explica, ha cobrado cuerpo y personalidad en todas las mitologías y religiones.
Cuenta que hace 2 mil años, entre los griegos, se encarnaba en un bello joven llamado Tánatos, hijo de la noche y hermano gemelo del sueño, que se presentaba armado con una espada, para cortar la vida.

Sin embargo, agrega, su figura lánguida y perfecta, y su mirada sumergida estaban lejos de infundir miedo, sino más bien amor, como su contrario y a la vez complemento, Eros.
Contrariamente, en la Edad Media, esta figura se vio reemplazada por la Señora Calavera, afirma Winocur, que se visualizaba, como hasta nuestros días, en ropas negras o grises, llevando una hoz en una mano y un reloj de arena en la otra.

El Día de Muertos, una de las más populares tradiciones de México, constituye no sólo una convivencia organizada por los vivos para disfrutar con sus difuntos, sino también una fusión de elementos precolombinos y cristianos, que, a la vez, recuerdan al mexicano que su vida no le pertenece del todo.

La idea de que el alma ha de regresar del lugar de los muertos surge del sincretismo religioso entre las creencias católicas y las precolombinas, una herencia de siglos de tradición e historia que los mexicanos se han encargado de preservar.
"La muerte no necesita ser presentada. Puntualmente, nos visitará un día, a nosotros y a cada uno de los organismos vivos", comenta Marcos Winocur, investigador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla, en su artículo "La muerte que nos tocó vivir".
La muerte, explica, ha cobrado cuerpo y personalidad en todas las mitologías y religiones.
Cuenta que hace 2 mil años, entre los griegos, se encarnaba en un bello joven llamado Tánatos, hijo de la noche y hermano gemelo del sueño, que se presentaba armado con una espada, para cortar la vida.
Sin embargo, agrega, su figura lánguida y perfecta, y su mirada sumergida estaban lejos de infundir miedo, sino más bien amor, como su contrario y a la vez complemento, Eros.
Contrariamente, en la Edad Media, esta figura se vio reemplazada por la Señora Calavera, afirma Winocur, que se visualizaba, como hasta nuestros días, en ropas negras o grises, llevando una hoz en una mano y un reloj de arena en la otra.
"Tenía como misión infundir miedo antes de cortar el hilo de la vida, como parte de la advertencia de que el más allá puede ser cielo, purgatorio o infierno".
Las formas de personificar a la muerte se transformaron, como también se modificaron las formas de concebirla, los rituales y las tradiciones entorno a ella, como sucedió en Mesoamérica, lugar en el que habrían de fundirse dos culturas.
En los pueblos de esta región de América, se concebía a la muerte como el paso de un lugar a otro, se creía que el alma de los que morían se trasladaba a diversos paraísos para continuar con la vida.

La visión precolombina
Yolotl González Torres, investigadora de la Dirección de Etnología y Antropología Social, comenta que en la época prehispánica los hombres suponían que cuando alguien moría iba al supramundo, lugar al que llegaba el alma.
El destino de cada persona correspondía al origen o la causa de su muerte, por ello, los indígenas estaban seguros de que si ésta era natural irían al Mictlán, considerado el lugar de los muertos; para los que perdían la vida como resultado de un sacrificio, en la guerra, las mujeres en el parto o los potchecas o comerciantes en los caminos, su destino sería el paraíso del Sol.
Mientras aquellos que tuvieran una muerte relacionada con el agua llegarían al Tlalocan, lugar habitado por el dios de la lluvia o el agua.
"Para los prehispánicos, ir al paraíso del Sol representaba un gran honor, ya que supuestamente estarían en cercano contacto con los dioses, es decir, se fundirían con la divinidad".
Existe otra versión precolombina acerca de la muerte, en ella se describe que el inframundo, el uxmal o lugar de los muertos, era un sitio oscuro y sin salida.
También se sabe, dice la etnóloga, que cuando las personas fallecían su alma tenía que pasar por una serie de etapas y pruebas hasta llegar con el señor de la muerte, al que llamaban Mictlantecutli.
Para garantizar su éxito, las personas encargadas de los rituales funerarios acompañaban al muerto con varios artículos, comida y joyas, entre otros; además, llevaban un perrito rojizo, que era sacrificado para que pudiera marcharse con la persona, ya que una de las pruebas consistía en atravesar por un lugar donde soplaba fuerte el viento, para luego llegar a un río, ya casi al final del camino, antes de enfrentarse a la muerte, en donde debía reconocer al animalito, cruzar por el agua y dejarse guiar por éste.
Una mezcla de creencias
El sentido de muerte que se tenía en el mundo mesoamericano se transformó con la llegada de los españoles, sin embargo, la idea de transición y continuidad después de la vida tiene cierta coincidencia con la idea del paraíso cristiano, afirma Francisco Ortiz Pedraza, antropólogo físico de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Los europeos estaban convencidos de que sus ideas eran las correctas, calificaron de superchería (engaño o fraude; creencia falsa) al tipo de religión que encontraron en estas tierras y emprendieron tareas para erradicarla y terminar con las prácticas religiosas de los aborígenes.
"Se dio un choque muy fuerte entre las dos culturas y la reacción de los vencidos fue encontrar los medios de introducir en esta nueva cultura una serie de costumbres y tradiciones propias, por lo que, de manera consciente o inconsciente, se va generando una mezcla entre la cultura de los conquistadores con la de los pueblos mesoamericanos", expresa.
González Torres dice que con las ideas de los católicos se produjo una gran confusión, ya que debían cambiar la idea de la continuidad por la del cielo y el infierno del pensamiento cristiano.
"Se da una transformación total porque los europeos tenían la idea de que la gente que se había comportado bien en este mundo iba al cielo, y los que se portaban mal iban al purgatorio, a pagar por algún tiempo sus pecados, o, definitivamente, al infierno. Para los mexicas, un lugar como el infierno, en donde hay fuego y en el que recibían castigos, no estaba dentro de su mentalidad", señala, "tampoco lo estaban los demonios, pues para ellos no existía un dios bueno y uno malo, sino que su comportamiento dependía de la relación con el individuo" comenta.
La transformación que se dio en cuanto a la manera de concebir la muerte fue violenta, afirma la investigadora, ya que no es lo mismo pensar en morir y pasar a una vida similar, que tener el temor de fallecer, ser juzgado, según lo hecho en este mundo, y enviado al paraíso o al infierno lleno de tormentos.



El sincretismo religioso es el resultado del choque entre estas dos maneras de concebir la vida y la muerte, por ello, hasta ahora algunas de las creencias que poseen los fieles católicos se confunden y se parecen mucho a las ideas y también a los rituales que practicaban en la época prehispánica.
La celebración de los muertos era una de las fiestas más importantes en Mesoamérica, principalmente para los mexicas, se llevaba a cabo entre agosto y septiembre, aunque la etnóloga asegura que hay datos de que existía otra en noviembre, y quizá sea la que coincide con la festividad cristiana.
La fiesta de los muertos no era como se acostumbra actualmente, antes de la Conquista los mexicas acostumbraban subir a sus casas y colocar flechitas dedicadas a sus muertos y, en noviembre, construían con amaranto las imágenes de los seres queridos que habían muerto, y les entregaban flores y comida, tradición que está más relacionada con la celebración actual.
La coincidencia que se ha dado entre la cultura europea y la prehispánica se nota en algunos aspectos, como la idea de las almas en pena o fantasmas.
"En la fiesta tradicional de muertos, les ofrecían diversos alimentos, porque creían que todos los muertos volvían para compartir con los vivos; además, por miedo o por cariño se les trataba bien, colocando una ofrenda en su honor", explica.
Este culto a los antepasados, dice el antropólogo físico, tiene que ver con la ofrenda que se acostumbra montar en algunas regiones del País el Día de Muertos, y todavía en la actualidad se cree que el difunto viene y come la parte espiritual y sustancial de lo que se le ofrece, y después puede repartirse entre los vivos.
Una de las similitudes que hay entre las tradiciones de este tiempo y la de la época anterior a la Conquista es que en México se conciben, todavía hoy, los entierros como un ritual en grande, a veces muy doloroso, herencia del cristianismo.
Ortiz Pedraza, profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, afirma que en algunos lugares de provincia, cuando muere un niño, se acostumbra hacer una fiesta con música y cohetes, sobre todo en la sierra caliente de Michoacán y de Guerrero.
Asegura que esto es semejante a lo prehispánico, al mismo tiempo que es una adaptación de la idea cristiana de que los niños no mueren en pecado, por lo que van al cielo.
La muerte se vive con dolor, llanto y lamento en el cristianismo, por esta actitud representa una de las diferencias que existen entre la concepción que se tiene ahora de la muerte y la que se poseía antes de la llegada de los españoles.
Otra similitud es el vestido del muerto, en general, afirma, prevalece la costumbre de vestir con una ropa especial al muerto, con ropa elegante, o con el que fue su traje o vestido de boda, ya que tenían que ir bien presentados ante los dioses.
Existen muchos puntos de coincidencia en la tradición actual de Día de Muertos, con las tradiciones de los indígenas de aquella época, afirma el antropólogo, los prehispánicos poseían una visión de la muerte exenta de miedo, y seguramente tiene mucho que ver con la actitud que los mexicanos adoptan al hablar de la muerte, en la que se mezclan el temor y la burla, una burla que lleva un poco de temor escondido, pero también la aceptación de lo inevitable.
Una creencia multicultural
En América, estas creencias fueron tomadas, en apariencia según algunos, por los indígenas conquistados, cuyas tradiciones hablaban también de una vida extraterrenal y para quienes la muerte era visible en múltiples manifestaciones. En el calendario azteca, el noveno mes del año era dedicado a los pequeños muertos, y el décimo a los adultos.
En la España cantábrica, se acostumbraba hacer pan para los muertos en el día del entierro; y en Aragón, se confeccionan huesos de mazapán.
En Italia del norte, el 2 de noviembre, los muertos cruzaban los pueblos y entraban a sus casas, donde los vivos habían ya preparado comida, bebida y lechos limpios.
En Gran Bretaña e Irlanda, las almas de los muertos volvían a sus casas a finales de octubre. Este día, conocido en inglés como All Hallows Eve (víspera de todos santos), dio origen a la festividad conocida como Halloween, en la cual duendes, brujas y demonios correteaban por la Tierra.
Por lo tanto, nuestra conmemoración no se encuentra tan separada de la celebración llevada a cabo en Estados Unidos como tantos han dicho, si bien en nuestro caso lo más importante es el ambiente religioso, mientras en aquel país lo trivial lleva la mejor parte.
En un mundo en que las diversas sociedades están destinadas a convivir pacíficamente, la mezcla de creencias y tradiciones es un resultado inevitable. Así como sucedió con el cristianismo y el paganismo de la Europa medieval y con el cristianismo y las creencias mexicanas, así surgirán versiones más o menos confusas de nuestros días de muertos y Halloween.
La visión que los europeos trajeron consigo y aquella de los indígenas brotaban de diferentes manantiales: El europeo se resignaba a la muerte, el indígena la deseaba. El europeo temía a la vida, pues le obligaba a morir; el indígena reafirmaba la vida a través de la muerte.
El cristianismo, desde la Edad Media, ha visto el problema vida-muerte como un río que corre al mar, un proceso lineal, veloz y continuo.
Los pueblos mexicanos, como lo muestran tantos objetos artísticos, vivían la dualidad a cada instante: Mágicamente estamos vivos y muertos durante toda nuestra existencia.
A través de nuestra tradición, recordamos a los que se fueron y reflexionamos que la vida no es eterna, que debemos dar gracias por cada momento que pasamos aquí.
Las formas de personificar a la muerte se transformaron, como también se modificaron las formas de concebirla, los rituales y las tradiciones entorno a ella, como sucedió en Mesoamérica, lugar en el que habrían de fundirse dos culturas.
En los pueblos de esta región de América, se concebía a la muerte como el paso de un lugar a otro, se creía que el alma de los que morían se trasladaba a diversos paraísos para continuar con la vida.
La visión precolombina
Yolotl González Torres, investigadora de la Dirección de Etnología y Antropología Social, comenta que en la época prehispánica los hombres suponían que cuando alguien moría iba al supramundo, lugar al que llegaba el alma.
El destino de cada persona correspondía al origen o la causa de su muerte, por ello, los indígenas estaban seguros de que si ésta era natural irían al Mictlán, considerado el lugar de los muertos; para los que perdían la vida como resultado de un sacrificio, en la guerra, las mujeres en el parto o los potchecas o comerciantes en los caminos, su destino sería el paraíso del Sol.
Mientras aquellos que tuvieran una muerte relacionada con el agua llegarían al Tlalocan, lugar habitado por el dios de la lluvia o el agua.
"Para los prehispánicos, ir al paraíso del Sol representaba un gran honor, ya que supuestamente estarían en cercano contacto con los dioses, es decir, se fundirían con la divinidad".
Existe otra versión precolombina acerca de la muerte, en ella se describe que el inframundo, el uxmal o lugar de los muertos, era un sitio oscuro y sin salida.
También se sabe, dice la etnóloga, que cuando las personas fallecían su alma tenía que pasar por una serie de etapas y pruebas hasta llegar con el señor de la muerte, al que llamaban Mictlantecutli.
Para garantizar su éxito, las personas encargadas de los rituales funerarios acompañaban al muerto con varios artículos, comida y joyas, entre otros; además, llevaban un perrito rojizo, que era sacrificado para que pudiera marcharse con la persona, ya que una de las pruebas consistía en atravesar por un lugar donde soplaba fuerte el viento, para luego llegar a un río, ya casi al final del camino, antes de enfrentarse a la muerte, en donde debía reconocer al animalito, cruzar por el agua y dejarse guiar por éste.
Una mezcla de creencias
El sentido de muerte que se tenía en el mundo mesoamericano se transformó con la llegada de los españoles, sin embargo, la idea de transición y continuidad después de la vida tiene cierta coincidencia con la idea del paraíso cristiano, afirma Francisco Ortiz Pedraza, antropólogo físico de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Los europeos estaban convencidos de que sus ideas eran las correctas, calificaron de superchería (engaño o fraude; creencia falsa) al tipo de religión que encontraron en estas tierras y emprendieron tareas para erradicarla y terminar con las prácticas religiosas de los aborígenes.
"Se dio un choque muy fuerte entre las dos culturas y la reacción de los vencidos fue encontrar los medios de introducir en esta nueva cultura una serie de costumbres y tradiciones propias, por lo que, de manera consciente o inconsciente, se va generando una mezcla entre la cultura de los conquistadores con la de los pueblos mesoamericanos", expresa.
González Torres dice que con las ideas de los católicos se produjo una gran confusión, ya que debían cambiar la idea de la continuidad por la del cielo y el infierno del pensamiento cristiano.
"Se da una transformación total porque los europeos tenían la idea de que la gente que se había comportado bien en este mundo iba al cielo, y los que se portaban mal iban al purgatorio, a pagar por algún tiempo sus pecados, o, definitivamente, al infierno. Para los mexicas, un lugar como el infierno, en donde hay fuego y en el que recibían castigos, no estaba dentro de su mentalidad", señala, "tampoco lo estaban los demonios, pues para ellos no existía un dios bueno y uno malo, sino que su comportamiento dependía de la relación con el individuo" comenta.
La transformación que se dio en cuanto a la manera de concebir la muerte fue violenta, afirma la investigadora, ya que no es lo mismo pensar en morir y pasar a una vida similar, que tener el temor de fallecer, ser juzgado, según lo hecho en este mundo, y enviado al paraíso o al infierno lleno de tormentos.
El sincretismo religioso es el resultado del choque entre estas dos maneras de concebir la vida y la muerte, por ello, hasta ahora algunas de las creencias que poseen los fieles católicos se confunden y se parecen mucho a las ideas y también a los rituales que practicaban en la época prehispánica.
La celebración de los muertos era una de las fiestas más importantes en Mesoamérica, principalmente para los mexicas, se llevaba a cabo entre agosto y septiembre, aunque la etnóloga asegura que hay datos de que existía otra en noviembre, y quizá sea la que coincide con la festividad cristiana.
La fiesta de los muertos no era como se acostumbra actualmente, antes de la Conquista los mexicas acostumbraban subir a sus casas y colocar flechitas dedicadas a sus muertos y, en noviembre, construían con amaranto las imágenes de los seres queridos que habían muerto, y les entregaban flores y comida, tradición que está más relacionada con la celebración actual.
La coincidencia que se ha dado entre la cultura europea y la prehispánica se nota en algunos aspectos, como la idea de las almas en pena o fantasmas.
"En la fiesta tradicional de muertos, les ofrecían diversos alimentos, porque creían que todos los muertos volvían para compartir con los vivos; además, por miedo o por cariño se les trataba bien, colocando una ofrenda en su honor", explica.
Este culto a los antepasados, dice el antropólogo físico, tiene que ver con la ofrenda que se acostumbra montar en algunas regiones del País el Día de Muertos, y todavía en la actualidad se cree que el difunto viene y come la parte espiritual y sustancial de lo que se le ofrece, y después puede repartirse entre los vivos.
Una de las similitudes que hay entre las tradiciones de este tiempo y la de la época anterior a la Conquista es que en México se conciben, todavía hoy, los entierros como un ritual en grande, a veces muy doloroso, herencia del cristianismo.
Ortiz Pedraza, profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, afirma que en algunos lugares de provincia, cuando muere un niño, se acostumbra hacer una fiesta con música y cohetes, sobre todo en la sierra caliente de Michoacán y de Guerrero.
Asegura que esto es semejante a lo prehispánico, al mismo tiempo que es una adaptación de la idea cristiana de que los niños no mueren en pecado, por lo que van al cielo.
La muerte se vive con dolor, llanto y lamento en el cristianismo, por esta actitud representa una de las diferencias que existen entre la concepción que se tiene ahora de la muerte y la que se poseía antes de la llegada de los españoles.
Otra similitud es el vestido del muerto, en general, afirma, prevalece la costumbre de vestir con una ropa especial al muerto, con ropa elegante, o con el que fue su traje o vestido de boda, ya que tenían que ir bien presentados ante los dioses.
Existen muchos puntos de coincidencia en la tradición actual de Día de Muertos, con las tradiciones de los indígenas de aquella época, afirma el antropólogo, los prehispánicos poseían una visión de la muerte exenta de miedo, y seguramente tiene mucho que ver con la actitud que los mexicanos adoptan al hablar de la muerte, en la que se mezclan el temor y la burla, una burla que lleva un poco de temor escondido, pero también la aceptación de lo inevitable.
Una creencia multicultural
En América, estas creencias fueron tomadas, en apariencia según algunos, por los indígenas conquistados, cuyas tradiciones hablaban también de una vida extraterrenal y para quienes la muerte era visible en múltiples manifestaciones. En el calendario azteca, el noveno mes del año era dedicado a los pequeños muertos, y el décimo a los adultos.
En la España cantábrica, se acostumbraba hacer pan para los muertos en el día del entierro; y en Aragón, se confeccionan huesos de mazapán.
En Italia del norte, el 2 de noviembre, los muertos cruzaban los pueblos y entraban a sus casas, donde los vivos habían ya preparado comida, bebida y lechos limpios.
En Gran Bretaña e Irlanda, las almas de los muertos volvían a sus casas a finales de octubre. Este día, conocido en inglés como All Hallows Eve (víspera de todos santos), dio origen a la festividad conocida como Halloween, en la cual duendes, brujas y demonios correteaban por la Tierra.
Por lo tanto, nuestra conmemoración no se encuentra tan separada de la celebración llevada a cabo en Estados Unidos como tantos han dicho, si bien en nuestro caso lo más importante es el ambiente religioso, mientras en aquel país lo trivial lleva la mejor parte.
En un mundo en que las diversas sociedades están destinadas a convivir pacíficamente, la mezcla de creencias y tradiciones es un resultado inevitable. Así como sucedió con el cristianismo y el paganismo de la Europa medieval y con el cristianismo y las creencias mexicanas, así surgirán versiones más o menos confusas de nuestros días de muertos y Halloween.
La visión que los europeos trajeron consigo y aquella de los indígenas brotaban de diferentes manantiales: El europeo se resignaba a la muerte, el indígena la deseaba. El europeo temía a la vida, pues le obligaba a morir; el indígena reafirmaba la vida a través de la muerte.
El cristianismo, desde la Edad Media, ha visto el problema vida-muerte como un río que corre al mar, un proceso lineal, veloz y continuo.
Los pueblos mexicanos, como lo muestran tantos objetos artísticos, vivían la dualidad a cada instante: Mágicamente estamos vivos y muertos durante toda nuestra existencia.
A través de nuestra tradición, recordamos a los que se fueron y reflexionamos que la vida no es eterna, que debemos dar gracias por cada momento que pasamos aquí.

te invito a mi otro blog: http://coyote-ch.blogspot.com/

1 comentario:

  1. lomejordelmetroflog.blogspot.com

    tss.. no te pases.. ubieras.. puesto el video de..

    "dimelo dimelo otraves"

    trizotos de sospechas

    7 siglas de papel

    jaja o algo asi..!! camara.. compa.. ahi estamos!

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